- ¡No os paréis! - gritaba el cabo - seguid avanzando solo así llegaremos vivos.
Yo corría y a cada paso dejaba atrás, tirados en el barro, a hombres que en cuestión de semanas se habían convertido en mis amigos.
-¡Hay que llegar a aquella pared de la izquierda!- nos gritaba el cabo M'salah
Una pared.... aquello era una hilera de ladrillos derruidos que a duras penas nos iba a proteger.
Yo corría y corría.
Al pasar por un agujero vi a mi amigo agazapado.
_ que haces Larbi, corre o morirás aquí.
- No puedo Ahmed, ¡tengo miedo!
- y que crees ¿que yo no?, estoy cagado, pero no te quedes quieto por favor.
Larbi pareció reaccionar y se levanto siguiendo mis pasos hasta llegar a la pared. No lanzamos al suelo y agachamos la cabeza. Nos miramos, nunca había visto tanto miedo en la mirada de nadie, aunque me imagino que yo debería tener la misma expresión.
Silbaban las balas sobre nuestras cabezas y los obuses caían cerca, ojala hubiera dejado esta absurda lucha cuando me lo rogó mi mujer, Aicha, ¡que bella es! en algo si he tenido suerte, solo me perdió mi avaricia, me llenaron la cabeza de promesas, solo espero que pueda llegar a recibirlas y no morir antes.
Todo esto por una vida lejos de mi país pero de mejor futuro....
O eso creía entonces.
A los siete años ya ayudaba en el viejo taller de mi padre, rodeado de viejas bicicletas y algún que otro ciclomotor, parecía que el tiempo no pasaba, recuerdo que siempre estaban las mismas, o eso me parecía a mi. Mi padre, Khalid Merabet era un hombre humilde pero muy trabajador; tenía un pequeño taller que había habilitado en un cocherón en ruinas, que yo sepa no era de el pero nadie se lo había reclamado nunca; Se hizo mecánico por necesidad, sin estudios ni conocimientos, solo ensuciándose las manos y observando, observando y probando. Nunca faltó la clientela, quizá por ser el único que había en el pueblo, aunque se retrasase un poco en las entregas, y es que eso si, las entregaba arregladas.
Yo vivía el día a día con adoración hacia el. Fue un buen padre, cada mañana me llamaba:
- Ahmed, ven hijo mio. Recuerda que en la vida nadie regala nada, tu eres quien debe avanzar, con esfuerzo y dedicación, y reza hijo mio, con la ayuda de Alá llegaras a ser algo en la vida, y no me refiero a posición y dinero, la riqueza de un hombre esta en su interior.
Esas eran el tipo de charlas que me daba cada mañana, y yo intentaba aplicarlas, aunque no las entendía muy bien.
Por la mañana siempre la misma rutina, me levantaba temprano y después de la charla de mi padre enfilaba el polvoriento camino que llevaba a la escuela. La escuela se encontraba a unos quinientos metros, nada estaba lejos pero todo estaba diseminado, no había calles era caminos y carreteras polvorientas.
En la escuela existía un régimen un tanto, como diría yo, duro; el maestro cuyo nombre no recuerdo, ni quiero, era muy rápido de manos, y me refiero a las que soltaba en nuestras cabezas. Menos mal que duraba poco porque todos teníamos que ir a ayudar en la casa, así que un poco de vocabulario y religión y a volar.
Era uno de los momentos mas felices de cada día, correr hacia el taller de mi padre....
Ahora que lo pienso, no recuerdo ni un día de descanso en la semana, cada día lo mismo, uno y otro, uno y otro.....
Quizá de ahí la gran disciplina que impongo a mi vida, aunque aquí no tengo tiempo nada mas que de sobrevivir.
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